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Intertextualidad versus plagio

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Mensaje  Antonio Miér Abr 15, 2009 7:19 pm

Intertextualidad versus plagio
(La confusa frontera entre la decencia literaria y la escritura tramposa)
Antonio Cruz

Hace un tiempo, el poeta Carlos Figueroa me dijo que no comprendía a quienes copian. “¿Para qué plagiar y privarnos del placer de crear?”, se preguntaba.

A su vez, Ulises Juárez Polanco, en un artículo sobre el plagio, plantea que “Roland Barthes señaló que todo texto es un intertexto, ya que otros textos están presentes en él” (...); “todo texto es un tejido de citas anteriores. Eso ha llevado a la interpretación de que escribir equivale a reescribir, ¿entonces toda literatura es reescritura?”.

En estos tiempos, en que por Internet circulan miles de escritos a los cuales se accede fácilmente haciendo un clic en nuestra computadora, las diferencias entre reescritura y plagio no son tan claras. Ni siquiera la promulgación de nuevas leyes ha logrado evitarlo y creo que no hay todavía una legislación que acerque una solución definitiva para este problema. Tal como aseguran numerosos autores, “el concepto de plagio es impreciso”. Es más, en esta sociedad “virtual”, por llamarle de alguna manera, en la que palabras como “ciberespacio”, “página web” o “blog” son parte del lenguaje cotidiano, el plagio ha llegado demasiado lejos. Comas, Sureda, Ortego y Urbina, en un artículo extractado del buscador más famoso de la red, afirman que “El plagio (...) no es un fenómeno nuevo. Ahora bien, la mayor parte de investigaciones y análisis recientes que sobre el tema se han desarrollado señalan que: a) el aumento acelerado en los índices de penetración de Internet en nuestra sociedad y b) la mayor facilidad de acceso a contenidos e información que se pueden encontrar en la red, han provocado un auge en las prácticas de plagio (...). El uso de Internet parece favorecer el truco, la trampa y la copia ya que (...) es fácil apropiarse de documentos, imágenes y archivos. Un par de retoques pequeños permiten camuflar los textos y transformarlos en propios con facilidad”.

Probablemente algún lector avezado pueda descubrir similitudes entre lo escrito por un autor y lo que escribió otro pero, a veces, hasta para los expertos, resulta complejo distinguir estas cuestiones. Pruebas al canto: el ya citado Ulises Juárez Polanco en su trabajo “Toda escritura, ¿una reescritura?” se refiere al plagio en directa alusión a la novela de Sergio di Nucci, Bolivia Construcciones. Un prestigioso jurado (integrado por Carlos Fuentes y Tomás Eloy Martínez, entre otros) premió la obra, en la que un joven y agudo lector (Agustín Viola) descubrió la trascripción literal de numerosas páginas pertenecientes a la novela Nada, de Carmen Laforet, que fuera premio Nadal en 1945. A raíz de ello, al escritor de marras se le retiró el premio concedido (un caso exactamente igual al que menciona Jorge Carrasco en su artículo “Plagio en la literatura” en referencia a la escritora Paulina Wendt y que ha comenzado a repetirse de manera alarmante). Lo llamativo es que literatos reconocidos resultaran también engañados, aunque alguien con suficiente tino me dijo que “...nadie tiene la obligación de leer todo lo que se escribe”. Según esta premisa, los jurados que premiaron y después des-premiaron a Di Nucci quedan absueltos de culpa y cargo.

En su defensa, Di Nucci, citado por Juárez Polanco, alegó que “la reescritura es un principio constructivo de la novela”. “Hubo ya trabajos académicos que identificaron y elogiaron ese procedimiento (...). Con sólo introducir una única modificación un mismo texto cuenta otra historia”. Según Di Nucci “él nunca quiso perjudicar a Laforet, sino más bien mostrarla, homenajearla”, pero Juárez Polanco se pregunta: “¿Es posible homenajear a alguien sin que se le mencione durante el homenaje? (...). ¿Tendrá Di Nucci razón en que basta una única modificación en un texto para contar otra historia?”. Como vemos, la cuestión no es tan fácil.

En su libro Relatos críticos, Nicolás Rosa se pregunta: “¿el plagio debe ser entendido como ‘reescritura’, como ‘etimología generalizada’?”, y un poco más adelante sostiene que “el concepto de plagio se ha venido modificando desde su traslación del orden societario a la concepción jurídica del mismo”.

A partir de los aportes de Mijail Bajtin, tal como expresa Silvia Barey en De la escritura y sus fronteras (este libro y el de Nicolás Rosa cambiaron significativamente mi modo de pensar cuando llegaron a mis manos) y con los aportes de Gennette, Barthes, Todorov y Julia Kristeva, entre otros, se ha generalizado la opinión de que todo texto es, en mayor o menor medida, “cita o refundición de otro”. Barey argumenta que: “...en una cadena construida a partir de textos, en una sociedad construida a partir de textos” es imposible que texto alguno sea absolutamente original.

Borges, en el prólogo de su magnífica Historia universal de la infamia, afirma que sus cuentos son, en alguna medida, una reescritura de los clásicos por él leídos. “(Estas historias) son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias”, dice textualmente. Ahora bien, ¿alguien puede afirmar que hay plagio? Me parece que no; es más, cuando redacta la biografía de Tadeo Cruz (el mítico sargento que se solidarizara con Martín Fierro) nuestro ilustre ciego toma una historia prestada a José Hernández para componer una genialidad.

Los ejemplos de reescritura o intertextualidad son muchos. Basta con recordar a Monterroso que retoma el texto de Homero para escribir su cuento sobre Ulises (nadie duda cuál es su fuente de inspiración, pero tampoco podemos afirmar que no sea algo original) o a Joyce que a partir de la misma historia escribe una novela memorable.

También es necesario contemplar lo que pasa cuando las tradiciones orales se trasladan a la palabra escrita. Según estudiosos, dicha redacción conlleva cierto tipo de reescritura o de “plagio virtual”. No hace falta hilar demasiado fino para darnos cuenta de esto. Las numerosas transcripciones de nuestros mitos y leyendas vernáculos (como por ejemplo el Kakuy, la Salamanca o el Alma Mula, por citar algunos) no difieren prácticamente entre sí y no recuerdo que nadie haya mencionado la palabra plagio. Entonces, a esta altura, es pertinente preguntarnos: ¿qué es el plagio?

En un trabajo titulado Corrupción y anticorrupción; plagio y valores, que firman Elba Baquero, Carmen Sofía Pérez y Analinda Sánchez Sartenejas, hay algunos conceptos a tomar en cuenta. Las autoras, en consonancia con la definición del diccionario Larousse, dicen que plagio (del latín plagium) es la “acción de imitar servilmente una obra” aunque alegan que dicha definición es “un tanto limitada”. Más adelante dicen que el plagio “puede ser consciente o no consciente; se refiere a si la fuente ha sido citada correctamente, colocada dentro de comillas o si por el contrario no se menciona el origen de la idea”.

Para el Diccionario de la Real Academia plagio es la “acción y el efecto de plagiar” y plagiar es “copiar en lo sustancial las obras ajenas, dándolas por propias”. Pero también esta definición resulta incompleta en muchos casos.

Un artículo que, curiosamente, extracté de Internet, asevera que “el concepto de plagio no es para nada preciso”; lo define como algo que requiere que de una vez por todas se descubra y se explique su exacto significado y afirma que “nos encontramos en una situación nada sencilla. La definición de plagio es ambigua y confusa. Además la creación artística actual se encuentra en un momento convulso y complejo. El plagio, la referencia y la cita manipulada son constantes en el arte actual. Por lo tanto, la línea que parece marcar y señalar la diferencia entre lo original y lo plagiado, en la creación artística, es más delgada de lo que podríamos pensar”.

Alfredo Bryce Echenique (que fue noticia por las más de veinte acusaciones de reproducción dolosa y que se defendió arguyendo que ha publicado 24 libros aunque esto no es en lo absoluto prueba de decencia literaria), los mencionados Di Nucci y Wendt, Rosa Quintana, Stephen Ambrose, Alex Haley y hasta un conocido autor de obras de autoayuda, que copió más de sesenta páginas a otro escritor, son algunos de los que figuran en una larga lista de acusados de plagio.

La polémica está abierta; por mi parte sostengo que el plagio, ya sea consciente o inconsciente, es un acto de traición bidireccional, al lector y al verdadero autor, y no caben dudas de que de ello se sale solamente volviendo a los principios éticos más elementales aunque por el momento no vislumbro un final feliz para esta problemática.

Daniel Cassany, en Describir el escribir, sostiene que “escribir consiste en construir significados con palabras”. Se me ocurre que, si con el paso del tiempo encontramos la manera de codificar de manera apropiada las formas del lenguaje y los símbolos de la escritura, digo, si para “construir” nuestros escritos, en lugar de “cambiar el color de los ladrillos”, los usamos de una manera absolutamente diferente y construimos algo novedoso, seguramente nos habremos de acercar a buen puerto, pero para ello se hace necesario instalar un debate franco que condene con firmeza este acto de estafa a los lectores y de apropiación indebida del trabajo ajeno.

Mientras tanto yo dejo flotando en el aire el “¿Para qué plagiar y privarnos del placer de crear?”.


http://www.letralia.com/192/articulo08.htm

Antonio
Invitado


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