DAMARIS CALDERON
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DAMARIS CALDERON
Tus cartas terminaban siempre: “A ti que estás en un país extraño y lejano”. Cuando todavía podías escribir, cuando tu mano aún era tu mano (un látigo) y no un manojo de nervios, un temblor.
La primera navidad fue también la última, reunidos bajo el árbol que ya no veías, apiñados como hojas.
Salí al patio a limpiar las hojas. (Tú escuchabas el rumor). Dijiste que no era necesario,
que la maleza volvería a inundar la casa. Pero yo me aferré a ese gesto inútil. Te veía
avanzar dibujo de Ensor, calavera de Guadalupe Posada. Estuve años con la plantilla
de tu pie en el bolsillo para los zapatos fúnebres. Pero en la muerte no hay grandes pies ni zapatos.
En la manera de negarte la tierra, soy tu hija.
Soy ahora el lejano y extraño país.
La primera navidad fue también la última, reunidos bajo el árbol que ya no veías, apiñados como hojas.
Salí al patio a limpiar las hojas. (Tú escuchabas el rumor). Dijiste que no era necesario,
que la maleza volvería a inundar la casa. Pero yo me aferré a ese gesto inútil. Te veía
avanzar dibujo de Ensor, calavera de Guadalupe Posada. Estuve años con la plantilla
de tu pie en el bolsillo para los zapatos fúnebres. Pero en la muerte no hay grandes pies ni zapatos.
En la manera de negarte la tierra, soy tu hija.
Soy ahora el lejano y extraño país.
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